Al caballo del Emperador le pusieron herraduras de oro, una en cada pata.
¿Por qué le pusieron herraduras de oro?
Era un animal hermosísimo, tenía esbeltas patas, ojos inteligentes y una crin que le colgaba como un velo de seda a uno y otro lado del cuello. Había llevado a su señor entre nubes de pólvora y bajo una lluvia de balas; había oído cantar y silbar los proyectiles. Había mordido, pateado, peleado al arremeter el enemigo. Con su Emperador a cuestas, había pasado de un salto por encima del caballo de su adversario caído, había salvado la corona de oro de su soberano y también su vida, más valiosa aún que la corona. Por todo eso le pusieron al caballo del Emperador herraduras de oro, una en cada pie.
Y el escarabajo se adelantó:
- Primero los grandes, después los pequeños - dijo - aunque no es el tamaño lo que importa -. Y alargó sus delgadas patas.
- ¿Qué quieres? - le preguntó el herrador.
- Herraduras de oro - respondió el escarabajo.
- ¡No estás bien de la cabeza! - replicó el otro -. ¿También tú pretendes llevar herraduras de oro?
- ¡Pues sí, señor! - insistió, terco, el escarabajo -. ¿Acaso no valgo tanto como ese gran animal que ha de ser siempre servido, almohazado, atendido, y que recibe un buen pienso y buena agua? ¿No formo yo parte de la cuadra del Emperador?
- ¿Es que no sabes por qué le ponen herraduras de oro al caballo? - preguntó el herrador.
- ¿Que si lo sé? Lo que yo sé es que esto es un desprecio que se me hace - observó el escarabajo -, es una ofensa; abandono el servicio y me marcho a correr mundo.
- ¡Feliz viaje! - se rió el herrador.
- ¡Mal educado! - gritó el escarabajo, y, saliendo por la puerta de la cuadra, con unos aleteos se plantó en un bonito jardín que olía a rosas y espliego.
- Bonito lugar, ¿verdad? - dijo una mariquita de escudo rojo punteado de negro, que volaba por allí.
- Estoy acostumbrado a cosas mejores - contestó el escarabajo -. ¿A esto llamáis bonito? ¡Ni
siquiera hay estercolero!
Prosiguió su camino y llegó a la sombra de un alhelí, por el que trepaba una oruga.
- ¡Qué hermoso es el mundo! exclamó la oruga -. ¡Cómo calienta el sol! Todos están contentos y satisfechos. Y lo mejor es que uno de estos días me dormiré y, cuando despierte, estaré convertida en mariposa.
- ¡Qué te crees tú eso! - dijo el escarabajo -. Somos nosotros los que volamos como mariposas. Fíjate, vengo de la cuadra del Emperador, y a nadie de los que viven allí, ni siquiera al caballo de Su Majestad, a pesar de lo orondo que está con las herraduras de oro que a mí me negaron, se le ocurre hacerse estas ilusiones. ¡Tener alas! ¡Alas! Ahora vas a ver cómo vuelo yo -. Y diciendo esto, levantó el vuelo -. ¡No quisiera indignarme, y, sin embargó, no lo puedo evitar!
Fue a caer sobre un gran espacio de césped, y se puso a dormir.
De repente se abrieron las espuertas del cielo y cayó un verdadero diluvio. El escarabajo despertó con el ruido y quiso meterse en la tierra, pero no había modo. Se revolcó, nadó de lado y boca arriba - en volar no había ni que pensar -; seguramente no saldría vivo de aquel sitio. Optó por quedarse quieto.
Cuando la lluvia hubo amainado algo y nuestro escarabajo se pudo sacar el agua de los ojos, vio relucir enfrente un objeto blanco; era ropa que se estaba blanqueando. Corrió allí y se metió en un pliegue de la mojada tela. No es que pudiera compararse con el caliente estiércol de la cuadra, pero, a falta de otro refugio mejor, allí se estuvo un día entero con su noche, sin que cesara la lluvia. Por la madrugada salió afuera; estaba indignado con el tiempo.
Dos ranas estaban sentadas sobre la tela; sus claros ojos brillaban de puro embeleso.
- ¡Qué tiempo tan maravilloso! - exclamó una -. ¡Qué frescor! ¡Y esta tela que guarda tan bien el agua! ¡Siento un cosquilleo en las patas traseras como si fuera a nadar!
- Me gustaría saber - dijo la otra - si la golondrina, que vuela tan lejos, en el curso de sus viajes por el extranjero ha encontrado un clima mejor que el nuestro. ¡Estas lloviznas, estas humedades! Es como estar en un foso lleno de agua. Poco ama a su patria el que no se alegra y goza de todo esto.
- Bien se ve que no habéis estado nunca en la cuadra del Emperador - interrumpió el escarabajo -. Allí la humedad es caliente y aromática a la vez. A aquello estoy yo acostumbrado; es el clima que más me conviene; desgraciadamente, uno no puede llevárselo consigo cuando va de viaje. Y a propósito: ¿no hay en este jardín un estercolero donde puedan alojarse personas de mi categoría y sentirse como en casa?
Pero las ranas no lo entendieron o se hicieron el sueco.
- No suelo preguntar una cosa dos veces -dijo el escarabajo, después de haber repetido su pregunta por tercera vez sin obtener respuesta.
Algo más lejos topóse con un casco de maceta; no tenía por qué estar allí en verdad, pero ya que estaba le sirvió de refugio. Vivían bajo el casco varias familias de tijeretas; son unos animalitos que no necesitan mucho espacio, con tal de que puedan estar bien juntos. Las hembras sienten para su prole un amor maternal sin límites, y creen que sus hijos son las criaturas más hermosas y listas del mundo.
- ¿Sabes? Nuestro hijo se ha prometido - dijo una madre ¡Pobre inocente! Su máxima ilusión es llegar algún día a instalarse en la oreja de un párroco. Es muy cariñoso, un niño todavía, y el tener novia lo tiene alejado de toda clase de vicios. ¡Qué mayor satisfacción para una madre!
- Pues el nuestro - dijo otra - apenas salido del huevo se puso a jugar, ¡si vierais con qué alegría! Es de lo más vivaracho; hay que dejarle que se expansione. ¡Qué gozo para una madre! ¿Verdad, señor escarabajo?
Reconocieron al forastero por su figura.
- Las dos tienen razón - respondió el escarabajo; y así lo invitaron a meterse bajo el casco todo lo que su volumen le permitiese.
- Le presentaremos a nuestros hijitos - dijeron otras dos madres -. ¡Son monísimos, y tan graciosos! Y se portan como unos angelitos, a no ser que les duela la barriga, pero a su edad ya se sabe.
Y a continuación cada una de las madres se puso a hablar de sus hijos, mientras éstos charlaban entre sí, y con las pinzas de la cola se dedicaban a pellizcar las antenas del escarabajo.
- ¡Qué traviesos! ¡No dejan a uno en paz! - exclamaban las madres, y no cabían en sí de orgullo maternal. Pero al escarabajo le disgustaba aquella familiaridad, y preguntó si por casualidad no había un estercolero por las inmediaciones.
- ¡Uf! Está lejos, muy lejos, del otro lado de aquel foso - dijo una tijereta -. Tan lejos, que espero que a ninguno de mis hijos se le ocurrirá ir nunca hasta allí. Me moriría de angustia.
- Voy a ver si lo encuentro - contestó el escarabajo, y se marchó sin despedirse. Es lo más distinguido.
En la zanja se encontró con varios individuos de su especie, es decir, escarabajos peloteros.
- Vivimos aquí - dijeron -. Estamos muy bien. ¿Sería tomarnos excesiva libertad invitarlo a nuestro substancioso fango? De seguro que estará fatigado del viaje.
- Lo estoy, en efecto - respondió el recién llegado -. La lluvia me obligó a refugiarme en una sábana recién lavada, y la limpieza siempre me ha dado escalofríos. Luego he cogido reuma en un ala, mientras me cobijaba bajo un casco de maceta abarrotado de gente. Es un verdadero alivio encontrarse de nuevo entre paisanos.
- ¿Viene acaso del estercolero? - preguntó el más viejo.
- ¡De mucho más alto! - repuso el escarabajo -. Vengo de la cuadra del Emperador, donde nací con herraduras de oro. Viajo en misión secreta, y así les ruego que no me pregunten, pues no les diré nada.
Con ello nuestro escarabajo bajó al lodo, donde había tres señoritas de la familia que lo recibieron con risitas ahogadas, porque no sabían qué decir.
- Es usted aún soltero - observó la madre, a lo cual las jovencitas volvieron con sus risitas, pero esta vez muy turbadas.
- ¡Ni en la cuadra imperial he visto muchachas tan hermosas! - dijo, galante, el escarabajo viajero.
- ¡Cuidado! No vaya a pervertir a mis hijas. Y no les hable, si no viene con buenas intenciones; pero si las tiene, le doy mi bendición.
- ¡Hurra! - gritaron los presentes, y con ello quedó prometido el escarabajo. Primero el noviazgo, luego la boda; ningún motivo había para retrasarla.
El día siguiente transcurrió muy bien, el otro se hizo ya un poco más largo, el tercero fue cuestión de pensar en la comida de la mujer y, posiblemente, de los niños.
- Me cogieron de sorpresa - se dijo para sus adentros -; por lo tanto, tengo derecho a pagarles con la misma moneda.
Y así lo hizo. Tomó las de Villadiego. No compareció en todo el día ni en toda la noche... y la mujer se quedó viuda. Los demás escarabajos afirmaron que habían cometido la torpeza de admitir a un vagabundo en la familia; la mujer les resultaba una carga.
- Que se venga a vivir conmigo como si fuese soltera - dijo la madre -, es mi hija, y como tal estará en mi casa. ¡Vaya con ese asqueroso bribón, que la ha plantado!
Mientras tanto el escarabajo proseguía sus andanzas; había cruzado, el foso navegando en una hoja de col. Por la mañana se presentaron de improviso dos hombres, uno ya mayor y otro jovencito, divisaron al animalito, lo cogieron y, dándole vueltas de todos lados, se pusieron a hablar con una ciencia sorprendente, en particular el muchacho. - Alá, decía, descubre el negro escarabajo en la piedra negra de la negra roca. ¿No dice así el Corán? - preguntó, y tradujo al latín el nombre del insecto, describiendo su especie y su naturaleza. El mayor de los hombres no era partidario de llevárselo a casa; tenían ya bastantes buenos ejemplares, decía. Al escarabajo le parecieron estás palabras muy descorteses, y, desplegando las alas, se escapó de la mano del muchacho; voló un buen trecho, pues tenía ya secas las alas, y fue a aterrizar en un invernadero, en el que pudo entrar sin dificultad por una ventana abierta; encontró allí un montón de estiércol fresco y se hundió en él.
- ¡Esto es suculento! - exclamó.
No tardó en dormirse, y soñó que el caballo del Emperador había sido derribado, y que al Señor Escarabajo Pelotero le habían dado sus herraduras de oro y la promesa de otras dos. ¡Qué agradable y delicioso es un sueño así! Al despertarse salió afuera y miró en derredor. El invernadero era magnífico. Grandes palmeras se alzaban esbeltas hasta el techo; el sol parecía hacerlas transparentes, y a sus pies crecía una rica vegetación con flores rojas como fuego, amarillas como ámbar y blancas como nieve recién caída.
- ¡Es de una magnificencia incomparable! ¡Qué olor más delicioso debe reinar aquí, cuando todas estas plantas entren en putrefacción! - dijo el escarabajo -. Jamás se ha visto tal despensa. Aquí viven congéneres míos. Voy a dar una vueltecita por si me topo con alguien con quien se pueda alternar. Soy persona respetable, éste es mi orgullo -. Y anduvo buscando por todas partes, sin dejar de pensar en su sueño del caballo muerto y las herraduras de oro.
De repente, una mano rodeó el escarabajo, lo apretó y le dio la vuelta.
El hijo del jardinero y uno de sus amiguitos estaban en el invernadero, y al ver al insecto quisieron divertirse con él. Envuelto en una hoja de vid, fue a parar a un caliente bolsillo del pantalón. Allí venga cosquillear, por lo que el chiquillo lo obsequió con un recio manotazo. Llegaron entretanto a una gran balsa que había en el extremo del jardín. Lo metieron en un viejo zueco roto, al que faltaba la parte superior. Plantaron en él una estaquilla a modo de mástil y le ataron el escarabajo con un hilo de lana. El zueco haría de barco, y el escarabajo sería su patrón.
La balsa era muy grande; el escarabajo la tomó por un océano, y quedó tan asombrado, que se cayó boca arriba y se puso a agitar las patas.
El zueco se alejaba, pues la corriente era bastante fuerte. Si el barquito se apartaba demasiado de la orilla, uno de los chiquillos se arremangaba los pantalones, se metía en el agua, y lo volvía al borde. Pero sucedió que, estando el barquichuelo en plena navegación, alguien llamó a los niños, y ellos se echaron a correr sin preocuparse de la suerte del zueco, el cual siguió alejándose de tierra; el escarabajo estaba de verdad aterrorizado. No podía volar, pues lo habían atado al mástil.
En éstas recibió la visita de una mosca.
- ¡Un día espléndido - dijo la mosca, iniciando la conversación -. Aquí podré descansar y tomar el sol. ¡Qué bien lo pasa usted, y qué cómodo debe estar ahí!
- ¡No diga tonterías! ¿No se da cuenta de que estoy atado?
- ¡Pues yo no! - replicó la mosca, y se echó a volar.
- Ahora veo lo que es el mundo - dijo el escarabajo -. Lleno de gente ordinaria; no hay sitio, en él para una persona decente como yo. Primero me niegan las herraduras de oro, luego tengo que echarme en una tela mojada, después me apretujan en una maceta atestada de gente y, finalmente, me cargan una mujer. Se me ocurre luego darme un paseo por esas tierras para ver cómo andan las cosas y viene un bribonzuelo y me abandona atado en medio del mar. Y mientras tanto el caballo del Emperador va luciendo las herraduras de oro. Esto es lo que más me indigna. ¡Pero no hay que esperar compasión en este mundo! Mi vida ha sido de veras accidentada e interesante; mas, ¿de qué sirve todo eso si nadie la conoce? Por otra parte, el mundo no merece conocerla; de otro modo, me habría puesto herraduras de oro como al caballo, allí en la cuadra imperial. Ahora sería yo una honra para el establo. Pero me he perdido, y el mundo me ha perdido también, y todo ha terminado.
Mas, contra lo que él creía, aún no había terminado todo, pues se acercó un bote ocupado por varias niñas.
- ¡Mirad! ¡Ahí flota un zueco! exclamó una de ellas.
- Hay un animalito atado - dijo otra.
Se acercaron al zueco, lo pescaron, y, con unas tijeras, una de las chiquillas cortó el hilo de lana sin hacer daño al escarabajo, al que depositó en la hierba cuando desembarcaron.
- ¡Corre, corre! ¡Vuela, vuela si puedes! - gritó -. ¡Goza de la libertad!
No tuvieron que decírselo dos veces: el escarabajo se echó a volar, y por una ventana abierta entró en un gran edificio, para ir a caer, rendido de fatiga, en la larga crin, fina y suave, del caballo del Emperador; pues sin darse cuenta había vuelto a dar en el establo donde antes vivía. Agarróse fuertemente a la crin y se repuso poco a poco.
- ¡Heme aquí montado en el caballo del Emperador, como un jinete! ¿Qué digo? ¡Claro que sí! Ya me lo preguntaba el herrador: "¿Por qué le pusieron herraduras de oro al caballo?". ¡Naturalmente! Se las pusieron por mí: para hacerme honor, cuando me dignara montarlo.
Y este pensamiento lo puso de excelente humor.
"¡Hay que ver lo que el viajar aguza el entendimiento!", pensó.
Los rayos del sol caían directamente sobre él, y el sol le parecía hermoso.
- ¡Pues no está tan mal el mundo! - dijo -. Sólo hay que sabérselo tomar -. El mundo volvía a ser hermoso, pues al caballo del Emperador le habían puesto herraduras de oro porque el escarabajo debía montar en él. ¡Parecía mentira que tal honor hubiese estado reservado para él!
- Ahora me apearé para explicar a mis parientes lo mucho que han hecho por mí. Les contaré todas las amenidades de mi viaje al extranjero y les diré que sólo voy a permanecer en casa mientras el caballo no haya gastado las herraduras de oro.
Kejserens hest fik guldsko; guldsko på hver en fod.
Hvorfor fik han guldsko?
Han var det dejligste dyr, havde fine ben, øjne så kloge og en manke, der hang som et silkeslør ned om halsen. Han havde båret sin herre i krudtdamp og kugleregn, hørt kuglerne synge og pibe; han havde bidt om sig, slået om sig, kæmpet med, da fjenderne trængte på; med sin kejser sat i et spring over den styrtede fjendes hest, frelst sin kejsers krone af det røde guld, og derfor fik kejserens hest guldsko, guldsko på hver en fod.
Og skarnbassen krøb frem.
"Først de store, så de små," sagde den, "dog det er ikke størrelsen, som gør det." Og så strakte den frem sine tynde ben.
"Hvad vil du?" spurgte smeden.
"Guldsko!" svarede skarnbassen.
"Du er nok ikke klarhovedet!" sagde smeden, "vil du også have guldsko?"
"Guldsko!" sagde skarnbassen. "Er jeg ikke lige så god som det store bæst, der skal have opvartning, strigles, passes, have føde og drikke. Hører jeg ikke også til kejserens stald?"
"Men hvorfor får hesten guldsko?" spurgte smeden, "begriber du det ikke?"
"Begriber? Jeg begriber, at det er ringeagt imod mig," sagde skarnbassen, "det er en krænkelse - og nu går jeg derfor ud i den vide verden!"
"Pil af!" sagde smeden.
"Grov karl!" sagde skarnbassen, og så gik den udenfor, fløj et lille stykke, og nu var den i en nydelig lille blomsterhave, hvor der duftede af roser og lavendler.
"Er her ikke dejligt!" sagde en af de små "Vorherres høns," der fløj om med sorte prikker på de røde skjoldstærke vinger. "Hvor her lugter sødt og hvor her er kønt!"
"Jeg er vant til bedre!" sagde skarnbassen, "kalder I dette kønt? Her er jo ikke engang en mødding!"
Og så gik den videre frem, ind i skyggen af en stor levkøj; der krøb en kålorm på den.
"Hvor dog verden er dejlig!" sagde kålormen, "solen er så varm! Alt er så fornøjeligt! og når jeg engang sover ind og dør, som de kalder det, så vågner jeg op og er en sommerfugl!"
"Bild dig noget ind!" sagde skarnbassen, "nu flyver vi om som sommerfugl! Jeg kommer fra kejserens stald, men ingen der, ikke engang kejserens livhest, der dog går med mine aflagte guldsko, har slige indbildninger. Få vinger! flyve! ja nu flyver vi!" Og så fløj skarnbassen. "Jeg vil ikke ærgre mig, men jeg ærgrer mig dog!"
Så dumpede den ned på en stor græsplet; her lå den lidt, så faldt den i søvn.
Bevares, hvilken skylregn der styrtede! skarnbassen vågnede ved det plask og ville straks ned i jorden, men kunne det ikke; den væltede, den svømmede på maven og på ryggen, flyve var der ikke at tænke på, den kom vist aldrig levende fra denne plet; den lå hvor den lå og blev liggende.
Da det hoftede lidt, og skarnbassen havde blinket vandet af sine øjne, skimtede den noget hvidt, det var linned på blegen; den nåede derhen, krøb ind i en fold af det våde lintøj, det var rigtignok ikke, som at ligge i den varme dynge i stalden; men her var nu intet bedre, og så blev den her en hel dag, en hel nat, og også regnvejret blev. I morgenstunden kom skarnbassen frem; den var så ærgerlig over klimaet.
Der sad på linnedet to frøer; deres klare øjne lyste af bare fornøjelse. "Det er et velsignet vejr!" sagde den ene. "Hvor det forfrisker! og lintøjet holder så dejligt sammen på vandet! det kriller mig i bagbenene, som om jeg skulle svømme!"
"Jeg gad nok vide," sagde den anden, "om svalen, som flyver så vidt omkring, om den på sine mange rejser i udlandet har fundet et bedre klima, end vort; sådant et rusk, og sådan en væde! det er ligesom om man lå i en våd grøft! er man ikke glad ved det, så elsker man rigtignok ikke sit fædreland!"
"I har da aldrig været i kejserens stalde?" spurgte skarnbassen. "Der er det våde både varmt og krydret! det er jeg vant til; det er mit klima, men det kan man ikke tage med på rejsen. Er her ingen mistbænk i haven, hvor standspersoner, som jeg, kan tage ind og føle sig hjemme?"
Men frøerne forstod ham ikke, eller ville ikke forstå ham.
"Jeg spørger aldrig anden gang!" sagde skarnbassen, da den havde spurgt tre gange uden at få svar.
Så gik den et stykke, der lå et potteskår; det skulle ikke ligge der, men som det lå gav det ly. Her boede flere ørentvistefamilier; de forlanger ikke meget husrum, men kun selskabelighed; hunnerne er især begavet med moderkærlighed, derfor var også hvers unge den kønneste og den klogeste.
"Vor søn er blevet forlovet!" sagde en moder, "den søde uskyldighed! hans højeste mål er engang at kunne krybe i øret på en præst. Han er så elskelig barnlig og forlovelse holder ham fra udskejelser! det er så glædeligt for en moder!"
"Vor søn," sagde en anden moder, "kom lige ud af ægget og var straks på spil; det sprutter i ham, han løber hornene af sig. Det er en uhyre glæde for en moder! Ikke sandt? Hr. Skarnbasse!" De kendte den fremmede på skabelonen.
"De har begge to ret!" sagde skarnbassen, og så blev den budt op i stuen, så langt den kunne komme under potteskåret.
"Nu skal De også se min lille ørentvist!" sagde en tredje og fjerde af mødrene, "det er de elskeligste børn og så morsomme! de er aldrig uartige uden når de har ondt i maven, men det får man så let i deres alder!"
Og så talte hver moder om sine unger, og ungerne talte med og brugte den lille gaffel de havde på halen til at trække i skarnbassens mundskæg.
"De finder nu også på alting, de småskælme!" sagde mødrene og dunstede af moderkærlighed, men det kedede skarnbassen, og så spurgte den om der var langt herfra til mistbænken.
"Det er langt ude i verden, på den anden side grøften!" sagde ørentvisten, "så langt, vil jeg håbe, kommer aldrig nogen af mine børn, for så døde jeg!"
"Så langt vil jeg dog prøve at nå!" sagde skarnbassen og gik uden afsked; det er galantest.
Ved grøften traf den flere af sin slægt, alle skarnbasser.
"Her bor vi!" sagde de. "Vi har det ganske lunt! Tør vi ikke byde Dem ned i det fede! Rejsen har vist trættet Dem!"
"Det har den!" sagde skarnbassen. "Jeg har ligget på linned i regnvejr, og renlighed tager især på mig! jeg har også fået gigt i vingeleddet, ved at stå i træk under et potteskår. Det er rigtig en vederkvægelse at komme engang til sine egne!"
"De kommer måske fra mistbænken!" spurgte den ældste.
"Højere op!" sagde skarnbassen. "Jeg kommer fra kejserens stald, hvor jeg blev født med guldsko; jeg rejser i et hemmeligt ærinde, hvorom De ikke må fritte mig, thi jeg siger det ikke!"
Og så steg skarnbassen ned i det fede dynd; der sad tre unge hunskarnbasser, de fnisede, for de vidste ikke hvad de skulle sige.
"De er uforlovede!" sagde moderen, og så fnisede de igen, men det var af forlegenhed.
"Jeg har ikke set dem skønnere i kejserens stalde!" sagde den rejsende skarnbasse.
"Fordærv mig ikke mine pigebørn! og tal ikke til dem, uden De har reelle hensigter; - men det har De, og jeg giver Dem min velsignelse."
"Hurra!" sagde alle de andre, og så var skarnbassen forlovet. Først forlovelse, så bryllup, der var jo ikke noget at vente efter.
Næste dag gik meget godt, den anden luntede af, men på den tredje dag skulle man dog tænke på føden for kone og måske rollinger.
"Jeg har ladet mig overraske!" sagde den, "så må jeg nok overraske dem igen -!"
Og det gjorde den. Væk var den; væk hele dagen, væk hele natten - og konen sad enke. De andre skarnbasser sagde, at det var en rigtig landstryger de havde optaget i familien; konen sad dem nu til byrde.
"Så kan hun sidde som jomfru igen!" sagde moderen, "sidde som mit barn! fy, det lede skarn, som forlod hende!"
Han var imidlertid på farten, var sejlet på et kålblad over grøften; hen på morgenstunden kom to mennesker, de så skarnbassen, tog den op, vendte og drejede den og de var meget lærde begge to, især drengen. "Allah ser den sorte skarnbasse i den sorte sten i det sorte fjeld! står der ikke således i Alkoranen?" spurgte han og oversatte skarnbassens navn på latin, gjorde rede for dens slægt og natur. Den ældre lærde stemte imod at den skulle tages med hjem, de havde der lige så gode eksemplarer, sagde han, og det var ikke høfligt sagt, syntes skarnbassen, derfor fløj den ham af hånden, fløj et godt stykke, den var blevet tør i vingerne og så nåede den drivhuset, hvor den i største bekvemmelighed, da det ene vindue var skudt op, kunne smutte ind og grave sig ned i den friske gødning.
"Her er lækkert!" sagde den.
Snart faldt den i søvn og drømte at kejserens hest var styrtet og at hr. Skarnbasse havde fået dens guldsko og løftet om to til. Det var en behagelighed og da skarnbassen vågnede, krøb den frem og så op. Hvilken pragt her i drivhuset! store viftepalmer bredte sig i højden, solen gjorde dem transparente, og under dem vældede der en fylde af grønt og skinnede der blomster, røde som ild, gule som rav og hvide som nyfalden sne.
"Det er en mageløs plantepragt! hvor den vil smage når den går i forrådnelse!" sagde skarnbassen. "Det er et godt spisekammer; her bor vist af familien; jeg vil gå på eftersporing, se at finde nogen, jeg kan omgås med. Stolt er jeg, det er min stolthed!" Og så gik den og tænkte på sin drøm om den døde hest og de vundne guldsko.
Da greb lige med ét en hånd om skarnbassen, den blev klemt, vendt og drejet.
Gartnerens lille søn og en kammerat var i drivhuset, havde set skarnbassen og skulle have fornøjelse af den; lagt i et vindrueblad kom den ned i en varm bukselomme, den kriblede og krablede, fik så et tryk med hånden af drengen, der gik rask af sted til den store indsø for enden af haven, her blev skarnbassen sat i en gammel knækket træsko, som vristen var gået af; en pind blev gjort fast, som mast; og til den blev skarnbassen tøjret med en ulden tråd; nu var den skipper og skulle ud at sejle.
Det var en meget stor indsø, skarnbassen syntes, at det var et verdenshav og blev så forbavset, at den faldt om på ryggen og sprættede med benene.
Træskoen sejlede, der var strømning i vandet, men kom fartøjet lidt for langt ud, så smøgede den ene dreng straks sine bukser op og gik ud og hentede det, men da det igen var i drift blev der kaldt på drengene, alvorligt kaldt, og de skyndte dem af sted og lod træsko være træsko; den drev og det altid mere fra land, altid længere ud, det var gyseligt for skarnbassen; flyve kunne den ikke, den var bundet fast til masten.
Den fik besøg af en flue.
"Det er et dejligt vejr vi har!" sagde fluen. "Her kan jeg hvile mig! her kan jeg sole mig. De har det meget behageligt!"
"De snakker, som De har forstand til! ser De ikke, at jeg er tøjret!"
"Jeg er ikke tøjret!" sagde fluen og så fløj den.
"Nu kender jeg verden!" sagde skarnbassen, "det er en nedrig verden! jeg er den eneste honnette i den! Først nægter man mig guldsko, så må jeg ligge på vådt linned, stå i træk og til sidst prakker de mig en kone på. Gør jeg nu et rask skridt ud i verden, og ser hvorledes man kan have det og jeg skulle have det, så kommer en menneskehvalp og sætter mig i tøjr på det vilde hav. Og imidlertid går kejserens hest med guldsko! det kreperer mig mest; men deltagelse kan man ikke vente sig i denne verden! mit levnedsløb er meget interessant, dog hvad kan det hjælpe når ingen kender det! Verden fortjener heller ikke at kende det, ellers havde den givet mig guldsko i kejserens stald, da livhesten blev skoet og jeg rakte benene frem. Havde jeg fået guldsko, da var jeg blevet en ære for stalden, nu har den tabt mig og verden har tabt mig, alt er ude!"
Men alt var ikke ude endnu, der kom en båd med nogle unge piger.
"Der sejler en træsko!" sagde den ene.
"Der er et lille dyr tøjret fast i den!" sagde den anden.
De var lige ved siden af træskoen, de fik den op, og den ene af pigerne tog en lille saks frem, klippede uldtråden over uden at gøre skarnbassen skade og da de kom i land, satte hun den i græsset.
"Kryb, kryb! flyv, flyv, om du kan!" sagde hun. "Frihed er en dejlig ting!"
Og skarnbassen fløj lige ind af det åbne vindue på en stor bygning og der sank den træt ned i den fine bløde, lange manke på kejserens livhest, der stod i stalden, hvor den og skarnbassen hørte hjemme; den klamrede sig fast i manken og sad lidt og summede sig. "Her sidder jeg på kejserens livhest! sidder som rytter! Hvad er det jeg siger! ja nu bliver det mig klart! det er en god ide, og rigtig. Hvorfor fik hesten guldsko? Det spurgte han mig også om, smeden. Nu indser jeg det! for min skyld fik hesten guldsko!"
Og så blev skarnbassen i godt humør.
"Man bliver klarhovedet på rejsen!" sagde den.
Solen skinnede ind på den, skinnede meget smukt. "Verden er ikke så gal endda," sagde skarnbassen, "man må bare vide at tage den!" Verden var dejlig, thi kejserens livhest havde fået guldsko fordi skarnbassen skulle være dens rytter.
"Nu vil jeg stige ned til de andre basser og fortælle hvor meget man har gjort for mig; jeg vil fortælle om alle de behageligheder jeg har nydt på udenlandsrejsen, og jeg vil sige, at nu bliver jeg hjemme så længe, til hesten har slidt sine guldsko!"