Impresión íntima
Es invierno; cubre la tierra un manto de nieve, diríase de mármol tallado en las rocas. El aire es claro y diáfano; el viento, acerado como espada forjada por los enanos. Los árboles se levantan semejantes a blancos corales, como ramas de almendro florido, en un ambiente puro como el de las cumbres alpinas. Magnífica es la noche bajo los resplandores de la aurora boreal, bajo el brillo de innúmeras estrellas fulgurantes.
Llegan las tempestades, levántanse las nubes y sacuden su plumón de cisne; caen los copos de nieve, cubriendo caminos y casas, el campo espacioso y las angostas calles. Entretanto, nosotros permanecemos en la habitación caldeada, junto a la estufa ardiente, contando recuerdos de otros tiempos. Escuchamos una leyenda:
A orillas del vasto mar elevábase un túmulo, en cuya cumbre se sentaba, a medianoche, el espíritu del héroe en él sepultado; había sido un rey. La áurea diadema brillaba en su frente, el cabello flotaba al viento, y el personaje iba vestido de hierro y acero. Agachaba la cabeza con aire de preocupación y suspiraba dolorido, como un espíritu desgraciado.
Pasó, surcando las olas, un barco de vela. Los hombres echaron el ancla y desembarcaron. Iba con ellos un escalda, el cual, acercándose a la real figura, le preguntó:
- ¿Por qué sufres y te lamentas?
Y respondió el muerto:
- Nadie ha cantado las gestas de mi vida; yacen muertas y olvidadas; el canto no las lleva por las tierras y a los corazones de los hombres. Por eso no tengo paz ni reposo.
Y habló de sus hechos y hazañas, que los hombres de su época habían conocido pero no cantado, porque entre ellos no había ningún rapsoda.
Entonces el viejo bardo se puso a pulsar las cuerdas de su arpa y cantó el valor juvenil del héroe, y su fuerza viril y la grandeza de sus gestas. Al oírlo, el rostro del muerto adquirió un brillo comparable al de la orla de la nube que baila la luz de la luna; alegre y feliz levantóse la figura envuelta en resplandor y en luminosos rayos, esfumándose como el brillo de la aurora boreal. Quedó sólo el montículo cubierto de verde césped, y las piedras huérfanas de inscripciones túnicas. Pero encima de ellas, al último acorde del arpa, levantó el vuelo, como si del arpa saliera, un pajarillo, un bellísimo pájaro cantor, cuyo trino sonaba como el del tordo, pero conteniendo a la vez el latido del corazón humano y la nota de la tierra patria, tal como la oye el ave de paso. El pajarillo se echó a volar por sobre montes y valles, campos y bosques. Era el pájaro de la canción popular, que nunca muere.
Nosotros oímos su canto, lo oímos ahora, aquí en la habitación, en una velada de invierno, mientras afuera revolotea el blanco enjambre, y la tempestad descarga sus violentas ráfagas. El pájaro no sólo nos canta las gestas gloriosas del héroe, sino también dulces melodías amorosas, ricas y abundantes, sobre la lealtad nórdica. Sabe cuentos en palabras y en notas; sabe proverbios y refranes que, puestos como runas debajo de la lengua del muerto, le hacen hablar de tal modo, que uno viene a conocer su patria, la patria del ave de la canción popular.
En tiempos paganos, en época de los vikingos, construía su nido en el arpa del bardo. En los días de los castillos medievales, cuando la fuerza bruta sostenía la balanza de la justicia, y la violencia dominaba el Derecho, cuando un campesino valía lo mismo que un perro, ¿dónde encontró el pájaro cantor refugio o protección? Nadie pensaba en él, en aquellos días brutales y crudos. Pero en el torreón del castillo, donde la castellana, sentada ante el pergamino, anotaba los viejos recuerdos en canciones y leyendas, y la viejecita de la choza y el buhonero sentados en el banco junto a ella, le contaban los suyos, por sobre sus cabezas volaba y aleteaba, trinando y gorjeando el pájaro que nunca muere, que no morirá mientras le quede un palmo de tierra donde poner el pie: el pájaro de la canción popular.
Ahora nos canta a nosotros. Fuera arrecia la nevada y reina la noche. Él nos pone las runas debajo de la lengua, y nosotros conocemos nuestra patria. Dios nos habla en nuestra lengua materna, en las notas del pájaro de la canción popular. Despiértanse antiguos recuerdos; colores desvaídos recobran su frescor original; la leyenda y la canción se mezclan en un filtro vivificante; se elevan la mente y el sentir, convirtiendo la velada en una auténtica Nochebuena. La nieve sigue cayendo, el hielo cruje, reina el temporal; diríase que el amo es éste, y no el buen Dios.
Estamos en invierno; el viento es cortante como una espada forjada por enanos; la nieve sigue cayendo - lleva cayendo días y semanas - y se amontona como enorme montaña sobre la gran ciudad, como una pesadilla en la noche invernal. Todo queda oculto y sepultado; sólo la cruz dorada de la iglesia, símbolo de la fe, sobresale de la blanca tumba, brillando al aire azul, al sol radiante.
Y por sobre la ciudad sepultada vuelan las aves del cielo, grandes y pequeñas, gorjeando y cantando como saben, cada una según su pico. Es como un canto de vida, heterogéneo y magnífico, entonado sobre la nuestra ciudad.
Viene primero el tropel de gorriones, piando por calles y callejas, en el nido y en la casa. Saben historias de la fachada delantera y de la trasera. "Conocemos la ciudad enterrada - dicen -. Todo lo que hay de vivo en ella dice: ¡pip, pip, pip!".
Los negros cuervos y cornejas vuelan sobre la blanca nieve: "¡Grab, grab! - graznan -, de allí podemos sacar todavía algo, algo para el buche. Eso es lo principal, como piensan casi todos los que viven en esta Tierra".
Los cisnes salvajes llegan con ruidoso vuelo y cantan lo grande y lo hermoso que brota aún de los pensamientos y corazones de los hombres que moran en la ciudad sepultada bajo la nieve.
No reina allí la muerte: la vida fluye, lo percibimos en los acordes, que nos llegan como sones de órgano y nos impresionan como el rumor de la "Colina de los elfos", como los cantos de Ossian, como el estruendoso aleteo de las valquirias. ¡Qué armonía! Habla a nuestros corazones, eleva nuestros pensamientos, oímos el pájaro de la canción popular. Y en este momento nos llega del cielo el hálito de Dios, se abren las nevadas montañas, el sol penetra en su masa, viene la primavera, los pájaros vuelven en nuevas generaciones, pero con las mismas melodías patrias. Escucha la epopeya del año: el poder de la nieve, el grávido sueño de la noche invernal, todo se esfuma, todo se levanta en el canto maravilloso del pájaro de la canción popular, que nunca morirá.
Det er vintertid; jorden har et snelag, som var det marmor, hugget ud af fjeldet: Luften er høj og klar, vinden skarp som et dværgesmedet sværd, træerne står som hvide koraller, som blomstrende mandelgrene, her er friskt som på de høje alper. Dejlige er natten med nordlysblink og talløse funklende stjerner.
Stormene kommer, skyerne løfter sig, ryster svanedun; snefnuggene fyger, dækker hulvej og hus, den åbne mark og de lukkede gader. Men vi sidder i den lune stue, ved den blussende kakkelovn, og der fortælles om gammel tid; vi hører en saga:
Ved det åbne hav lå en kæmpegrav, på den sad i midnatstimen spøgelset af den begravede helt, en konge havde han været; guldringen skinnede om hans pande, håret flagrede i vinden, han var klædt i jern og stål; sit hoved bøjede han sorrigfuld og sukkede dybt i smerte som en usalig ånd.
Da kom et skib forbi. Mændene kastede anker og steg i land. En skjald var der mellem dem; han trådte hen mod kongeskikkelsen og spurgte: "Hvorfor sørger og lider du?"
Da svarede den døde: "Ingen har besunget min livsgerning; den er død og borte; sangen bar den ikke ud over landene og ind i menneskenes hjerter; derfor har jeg ikke ro, ikke hvile."
Og han mælede om sin gerning og stordåd, den hans samtid havde kendt, men ej besunget, thi hos den var ingen skjald.
Da greb den gamle barde i harpens strenge, sang om heltens ungdomsmod, manddomskraft og god gernings storhed. Den dødes ansigt lyste derved, som skyens kant i måneskin: Glad og livsalig løftede skikkelsen sig i glans og stråler, der svandt som et nordlysblink; der var kun at se den grønsværshøj med de runeløse sten; men hen over den svang sig ved strengenes sidste klang, ret som var det ud fra harpen den kom, en lille fugl, den dejligste sangfugl med droslens klangfulde slag, med menneskehjertets sjælfyldte slag, hjemlandets klang, som trækfuglen hører den. Sangfuglen fløj over fjeld, over dal, over mark og skov, det var folkesangens fugl, der aldrig dør.
Vi hører sangen; vi hører den nu her i stuen, i vinteraftnen, mens de hvide bier sværmer derude og stormen tager stærke tag. Fuglen synger os ikke blot heltens drapa, den synger søde, bløde elskovssange, så rige og så mange,om troskab i nord; den har eventyr i toner og ord; den har ordsprog og sangsprog, der som runer lagt under død mands tunge får ham til at tale og man ved hans hjemland, folkesangens fugl.
I hedningeold, i vikingetid, hang dens rede i bardens harpe. I ridderborgens dage, da næven holdt retfærds vægtskål, kun magten var ret, en bonde og en hund vare lige i bytte, hvor fandt da sangfuglen skjul og ly? Råhed og småhed tænkte ej på den. I ridderborgens karnap, hvor borgfruen sad ved pergamentet og nedskrev de gamle minder i sang og sagn, morlille fra græstørvhuset og den omvandrende bissekræmmer sad på bænken hos hende og fortalte, der, hen over dem, flagrede og fløj, kvidrede og sang fuglen der aldrig dør, så længe jorden har en tue for dens fod, folkesangens fugl.
Nu synger den for os herinde. Ude er det snestorm og nat; den lægger runer under vor tunge, vi kender vort hjemland; Gud taler til os vor moders sprog i folkesangfuglens toner; de gamle minder løfter sig, de afblegede farver opfriskes, sagn og sang giver en velsignelsens drik, der løfter sind og tanke, så at aftnen bliver en julefest. Sneen fyger, isen knager, stormen råder, den har magten, den er herre, men ikke Vorherre.
Det er vintertid, vinden skarp som et dværgesmedet sværd; sneen fyger, - den føg, synes os, i dage og uger, og ligger som et uhyre snebjerg over den store stad; en tung drøm i vinternatten. Alt dernede skjult og borte, kun kirkens gyldne kors, troens symbol, løfter sig over snegraven og skinner i den blå luft, i det klare solskin.
Og hen over den begravede stad flyver himlens fugle, de små og de store; de pipper og de synger, som de kan det, hver fugl med sit næb.
Først kommer spurvenes flok, de pipper om alt det små i gade og i stræde, i rede og i hus; de vide historier fra forhus og baghus. "Vi kender den begravede stad," siger de. "Alt levende derinde har pip! pip! pip!"
De sorte ravne og krager flyver hen over den hvide sne. "Grav! grav!" skriger de. "Dernede er endnu noget at få, noget for skrotten, den er det vigtigste; det er de flestes mening dernede på bunden og den mening er bra', bra', brav!"
De vilde svaner kommer på susende vinger, og synger om det herlige og store, der endnu spirer fra menneskenes tanker og hjerter derinde i den under snelagene hvilende stad.
Døden er der ikke, livet vælder; vi fornemmer det i toner, de bruser som fra kirkens orgel, griber os som klang fra elverhøj, som ossianske sange, som valkyriens susende vingeslag. Hvilken samklang! den taler ind i vort hjerte, løfter vor tanke, det er folkesangens fugl vi hører! Og i dette nu: Guds varme ånde puster fra oven, snebjerget slår revner, solen skinner derind, våren kommer, fuglene kommer, nye slægter, med de hjemlige, samme toner. Hør årets drapa: snestormens magt, vinternattens tunge drøm! Alt løses, alt løfter sig i dejlig sang fra folkesangens fugl, der aldrig dør.